jueves, 19 de noviembre de 2009

LOS PRESOCRATICOS

1
EL PENSAMIEN TO GRIEGO: LOS PRESOCRÁTICOS

Cuando surge el pensamiento racional en Grecia lo hace en una doble modalidad;
cronológicamente fue de la siguiente forma:

ESPECULATIVA O CIENTÍFICA, con la que intentan explicar el universo (macrocosmos) en que viven. Hoy día, por el extraordinario desarrollo de las ciencias particulares este estudio ha quedado reservado para la metafísica. Pero en aquella época, entre ciencia y filosofía no había diferencia alguna.

PRÁCTICA, con la que tratan los aspectos ético y político de la vida humana (microcosmos). A diferencia de la especulación científica, el motivo de este estudio no es la simple curiosidad, sino la necesidad de mejorar la vida y la conducta humanas (Sofistas y Sócrates, s. V a. C.)

Con el desarrollo de estas dos vertientes iniciales surge una tercera:
LA FILOSOFÍA CRÍTICA, que incluye la Lógica y la Epistemología. Esto ocurre cuando ya el hombre ha avanzado en su pensamiento y comienza a preguntarse por la eficacia de los instrumentos que tiene para pensar, ¿es válido el testimonio que nos dan los sentidos? ¿son seguros los procesos mentales? (Heráclito y Parménides a principios del s. V a. C.).
Aunque lo más frecuente es que cada filósofo se sienta atraído por una vertiente u otra, algunos filósofos, como Platón, se interesaron por las dos primeras líneas anteriormente citadas y, lograron coordinarlas en un sistema muy elaborado.
Como personas involucradas en la historia, los filósofos no piensan en el vacío y sí lo hacen sin delimitación experimental predeterminada, por esto, las conclusiones que
nos ofrecen son el fruto del temperamento, la experiencia (no controlada por el experimento)
y la influencia de los filósofos anteriores. Razón por la cual los resultados obtenidos entre varios autores serán, no sólo contradictorios [¿de qué materia está hecho el mundo: agua, aire…?] en muchas ocasiones; sino que a veces, además, imposibles de
coordinar [¿qué es el mundo: cargas de electricidad positiva y negativa, una idea en la
mente de dios…?]. En el primer caso que se pregunta por la materia del mundo, las dos
respuestas surgen desde planteamientos idénticos y pueden llegar a ser compatibles,
pues la única diferencia estaría en la concreción de la respuesta, cosa que sería imposible en el segundo caso.
Los dos tipos de respuesta son válidos, se corresponde en ambos casos con dos
tipos de filósofos y con dos maneras diferentes de ver la realidad. Preguntemos por
ejemplo, ¿qué es una estantería? La respuesta no sería uniforme, mientras unos afirmarían que es una estructura de madera, otros sostendrían que es un utensilio para colocar libros. ¿Qué es lo que ocurre aquí? Sencillo, unos destacan la materia de algo como lo más importante y definitorio y otros prestan más interés al aspecto teleológico de la realidad, a su fin o a su forma.
La filosofía como pretensión puramente racional de explicar la realidad nació en
Grecia en el s. VI a. C. Esto supone el rechazo progresivo de explicaciones mágicas,
místicas o teológicas. Comenzó en la costa del Asia Menor, en Mileto. La situación era
la idónea, pues el lugar permitía el flujo permanente de un intercambio cultural que contrastado, llevó a los griegos a cuestionarse sus propias convicciones. La situación económica era, por otra parte, lo suficientemente holgada como para no tener que preocuparse de la obtención e bienes básicos.

LA ESCUELA JONIA O MILESIA está representada por Tales, Anaximandro y
Anaxímenes. Todos coinciden en buscar algo permanente, tras el movimiento con el
que se muestra el mundo; tan variado y diverso que se podría confundir fácilmente con un caos si no se interpretase desde un principio estable.
Estos filósofos, la filosofía misma, inició su andadura con la creencia de que tras ese caos que capta nuestra percepción debía existir una unidad discernible por la mente, ya que se ocultaba a nuestros sentidos.
Esta estabilidad había que buscarla en la substancia de que está hecho el mundo,
siendo ésta no sólo su origen, sino también, la clave de su composición. A esto le llamaron arjé, principio.

TALES DE MILETO
Para Tales, era el agua o lo húmedo la respuesta con la que identificaba el arjé.
Parece obvio pensar que a esta conclusión llegó por una mezcla de sentido común y observación.
El agua se presenta a los sentidos sin experimentación alguna y se encuentra en las tres formas posibles que ofrece nuestro mundo, sólido, líquido y gaseoso; y tiene por otra parte una relación más que evidente con cualquier tipo de vida.

ANAXIMANDRO
El pensamiento de Anaximandro es más complejo, concibe el mundo como el
enfrentamiento permanente de cualidades opuestas. Estas son cuatro: caliente y frío,
seco y húmedo. Estas cualidades son primarias y están sometidas a un enfrentamiento en el que cíclicamente se va repitiendo el predominio de cada una de las partes de las parejas en proporciones diferentes. Así se explica por ejemplo, el ciclo de las estaciones y el restablecimiento constante que las mantiene en equilibrio.
Para Anaximandro, el arjé, el primer estado de la materia, era algo así como una masa indiferenciada en la que los elementos antagónicos aún no estaban diferenciados.
Lo llamó apeiron que significa “sin límites”.
En el proceso de disgregación de cualidades se formó un cieno caliente o limo
en cuya humedad, combinada con el calor del sol, se originó la vida. Los primeros seres tuvieron pues forma de peces. De ellos se derivaron los animales terrestres, incluso el hombre.
La tierra, según él, tiene forma cilíndrica, como un tambor, y a diferencia de Tales
que la concibió como una inmensa plancha de tierra sostenida sobre una gran masa
de agua, Anaximandro pensó que no tiene apoyo ninguno, pues el mundo esta justo en el centro de un universo esférico. Como es equidistante de todos los puntos, no hay motivo para que se caiga en un sentido u otro.

ANAXÍMENES
La sustancia primaria es para él el aire, aer en griego, que por imprecisión del
lenguaje, también significaba vaho o niebla. Como para Tales, el aire de Anaxímenes es variado en cuanto a presentaciones posibles; condensándolo, progresivamente obtenemos:
niebla, agua, tierra, roca...
El aire no es solo lo que respirándolo nos permite seguir vivos sino que es
además la substancia primaria del mundo y el elemento de la vida, así, afirma Anaxímenes, que está aprisionado en todo cuerpo de animal y de ser humano y constituye su alma. Es igualmente la utilización del aire por un ser vivo lo que le permite iniciar la existencia, y la expulsión del último aliento lo que deja paso a la muerte.

LOS PITAGÓRICOS ¿PITÁGORAS?

La última de las escuelas del pensamiento griego primitivo es la que fundó Pitágoras
hacia el año 530 a. C. Su comunidad fue dispersada por razones políticas y se encuentran escuelas pitagóricas esparcidas por toda Grecia. Aunque esta escuela tuvo una poderosa influencia en Platón, la oscuridad y lo inverosímil es lo que demasiadas veces envuelve gran parte de su doctrina y su historia.

La oscuridad se debe en parte a que los pitagóricos filosofaban no como los jonios, por mera curiosidad científica, ellos constituían una hermandad religiosa y parte de su doctrina permanecía oculta a los profanos. El mismo Pitágoras fue considerado como semidivino y artífice de no pocos hechos inverosímiles. Por otra parte, en la época, era costumbre atribuir toda la doctrina elaborada por la escuela a lo largo de la historia al maestro fundador. Si tenemos en cuenta que el pitagorismo se mantuvo vigente y vigoroso hasta el tiempo de Cicerón (s. I a. C.), se comprende que las atribuciones hechas a Pitágoras son excesivas.

En el plano religioso lo más característico es la creencia en la inmortalidad del alma humana (creencia de origen órfico) y la reencarnación de la misma en otras criaturas no necesariamente humanas. Así se entiende el tabú ante la ingestión de carne, pues siempre existía la posibilidad de estar devorando a un antepasado. Por lo mismo, consideraban que todas la vidas estaban emparentadas entre sí, pero como las almas están latentes en todos los seres vivos, el parentesco se extendía al conjunto de la naturaleza. Ésta, en su conjunto, se consideraba animada como si fuese una gran criatura viviente.

El cosmos está rodeado de una cantidad ilimitada de aliento divino que da la vida
al todo y a cada una de las criaturas. El universo es uno, eterno y divino, los hombres,
muchos, divididos y mortales. Pero la parte esencial del hombre es inmortal por
ser un fragmento del alma divina que está aprisionada en un cuerpo mortal.

El objetivo de la vida humana consiste en liberarse de la corrupción del cuerpo en un proceso de purificación para unirse finalmente al espíritu universal del que procede. Por esto ha de pasar por una serie de transmigraciones.

En el plano más racional, Pitágoras puede ser considerado como el apóstol del espíritu griego y de la inclinación de éste hacia lo inteligible. Se manifiesta esta particularidad en la importancia que Pitágoras da a la forma o estructura mediante la exaltación de la idea de límite. Esto se elevaba incluso al plano moral. En la clasificación de “cosas buenas”, junto a la luz, la unidad y lo masculino, ellos incluían el límite. Lo visto anteriormente queda ahora más especificado. Si el mundo es divino, es bueno y en consecuencia, un todo único, es porque es limitado y está sometido a un orden entre sus diversas partes. Como ejemplo tenemos los organismos vivos que son buenos y eficaces por la coordinación y subordinación que existe entre sus diversos órganos. Igual criterio explica la regularidad en la naturaleza.

La misión del hombre como filósofo es estudiar el cosmos, esto le ayudará a identificarse con él y a vivir adecuadamente. Pues si el universo es un kosmos, un todo ordenado, el hombre es un kosmos en miniatura. El filósofo que estudia el kosmos se hace kosmios, ordenado en su propia alma.

Los intereses intelectuales de Pitágoras fueron ante todo matemáticos, y en éste
terreno realizó descubrimientos sorprendentes. El fundamento de la importancia matemática lo extrajo al descubrir que los intervalos de la escala musical pueden expresarse aritméticamente. Esto le llevó a pensar que la organización numérica era la clave de la naturaleza y belleza del sonido; y la misma estructura la extendió al universo como clave de interpretación.

Aquí se mezcla la especulación filosófica con la teoría moral. Si el universo está
sometido a una organización matemática implica igualmente que está limitado y en consecuencia es, no sólo inteligible, sino también bueno y bello, pues todo lo limitado es bueno y lo ilimitado malo. Este plan arquitectónico del universo no es impuesto por el hombre, sino que está ahí, desde siempre, esperando ser descubierto.

En este aspecto se diferencia Pitágoras de la cosmogonía de los jonios de forma
esencial. Para éstos, la interpretación del mundo se basaba en una filosofía de la materia (agua, aire...), para Pitágoras en cambio, la clave de la intelección del universo estaba en la forma, en el orden, la proporción y la medida; en definitiva, en las diferencias cuantitativas. Cada ser concreto es lo que es no por sus elementos naturales, que son los mismos siempre, sino por la proporción en que éstos es encuentran.

EL PROBLEMA DEL MOVIMIENTO

HERÁCLITO

De sobrenombre “El Oscuro” o “El Adivinador” por su carácter desdeñoso y sus frases enigmáticas, más parecidas a las sentencias de un oráculo que a una exposición clara y directa. Heráclito participaba del interés que los pensadores de su época tenían por la naturaleza. Pero a diferencia de ellos pensaba que “la polimatía (el saber muchas cosas) no instruye el entendimiento”, ésta sabiduría se adquiere por los sentidos pero “los ojos y los oídos son malos testigos si el alma carece de entendimiento”. En efecto, los sentidos muestran un mundo diferente a cada hombre. ¿Dónde conseguir la auténtica verdad al margen de estas variaciones?. En el interior del hombre, mirando no hacia fuera, sino en la mente de cada uno, ahí se descubrirá el Logos que es la verdad y es igual para todas las cosas. Este criterio es el primer paso que se da en la historia del conocimiento para minar la autoridad de los sentidos.

El Logos es la ley de la naturaleza que mantiene a la realidad en una constante
pugna. La “guerra” y el “fuego” son para él, los principios explicativos de la realidad.
Pero a diferencia del pitagorismo, la lucha aquí es buena (en vez de la paz y el equilibrio), pues sin ella no hay vida. Hasta ahora, los filósofos habían buscado lo permanente y lo estable, sin embargo para Heráclito, todo lo que vive, vive gracias a la destrucción de otras cosas. La base del equilibrio es la lucha, “la lucha es justicia”, es buena en sí porque es la fuente de la vida.

El pensamiento de Heráclito pone de manifiesto la debilidad de las cosmogonías
del pasado. El pensamiento había evolucionado bastante y visiones tan simplistas como las de los jonios estaban tocando a su fin.


PARMÉNIDES

La ruptura con la filosofía del pasado se produjo con Parménides. Después de él,
nunca volverá a ser lo mismo. Su ascendiente es enorme, tanto en los filósofos posteriores como en la forja de la cultura y el pensamiento occidental. Se le considera el precursor de la lógica y su influencia ha sido determinante en la propensión que tenemos a dar más importancia a la razón que a los sentidos.

Es el polo opuesto a Heráclito, para Parménides el cambio y el movimiento son sencillamente imposibles, y toda la realidad consiste en una substancia simple, inmóvil e inmutable.

La palabra kosmos siempre representó para la mayoría de los griegos tanto belleza como orden. Téngase en cuenta, p. e., la importancia que desde Fidias se le da a la zona áurea para esculpir el cuerpo humano. Entender esto requiere penetrar en la estructura mental de la época, donde los terrenos propios de la Gramática, la Lógica y la Metafísica no estaban delimitados; ni conceptualmente, ni como saberes particulares.

En aquellas mentes, en estado muy precario, aún se debatía acerca de si el nombre
que correspondía a un ser le pertenecía por naturaleza o por convención. Lo que
permanecía desde luego indisociable, era el nombre y el objeto, conocer el nombre de
algo, significaba, al menos en parte, poseerlo.

Pero lo que nos atañe más de cerca. Para ellos, una palabra no podía tener más de un significado. Por ejemplo, la palabra “es”, para nosotros significa “existir”, pero
también nos permite hacer una clara referencia a las cualidades del ser. Por ejemplo,
“esto es un bolígrafo” y “el bolígrafo es azul” lo ponen claramente de manifiesto siendo perfectamente compatibles ambas proposiciones. Por el contrario, para el griego clásico “es” significa “existir” siempre substancialmente, por esto, para que algo sea azul, necesita dejar de ser lo que antes era, en éste caso, “bolígrafo”.

Si esta limitación del lenguaje la aplicamos a las cosmogonías primitivas obtenemos
resultados desconcertantes desde nuestra perspectiva lógica. Cuando se afirma
que “esto es agua”, se hace referencia a su ser esencial; si a continuación se dice que el agua pasa a ser vapor o hielo, no se entiende esto como un cambio de cualidad o una característica que se le aplica a la substancia, sino como substitución de una substancia por otra totalmente distinta; no se entiende el nexo de unión entre agua y hielo, para ser hielo, primero tiene que dejar de ser agua, es decir, ser nada, y desde ahí, ser hielo. Dicho de otra forma, es preciso que lo que antes era deje de existir, que no-sea; y de ahí (del no-ser), se pase a ser otra cosa esencialmente diferente (al ser).

Para Parménides esto es a todas luces inconcebible. Del no-ser no se puede pasar al ser, pues de donde no existe nada, nada puede surgir (El SER es INMUTABLE). Por la misma razón, si existe un SER A, no puede existir otro SER B, ya que el segundo,
para existir como algo distinto necesariamente debe poseer alguna característica
diferente al anterior. Pero como la única característica del ser es la de existir, sólo se
puede diferenciar el segundo por su no existencia. Afirmar que el no-ser existe sería
contradictorio, El SER es ÚNICO.

Como es lógico no puede existir el espacio vacío (y en consecuencia movimiento),
pues éste tendría que ser distinto al SER mismo, y suponerlo nos llevaría a incurrir
en la misma contradicción que en el proceso anterior. El SER es INMÓVIL.


LOS PLURALISTAS

Tras Parménides ya no es sostenible ningún monismo materialista del que se derivase la diversidad que nos muestra la realidad. Pero pese a la labor de Parménides, el mundo en su diversidad está ahí, ante nosotros, y hay que salvarlo. Era una exigencia del sentido común de los humanos, las cosas que podemos ver y tocar tienen que ser reales.


EMPÉDOCLES

Empédocles elabora el primer intento de escapar de la filosofía de Parménides.
Mezcla de filósofo y místico a la manera pitagórica, muestra su filosofía como una
ciencia capaz de dominar la naturaleza a voluntad (viento, lluvia, etc.) e incluso de rescatar a los muertos del Hades.

Defiende la existencia de cuatro elementos, sustancias-raíces que por su proporción
al combinarse explican la diversidad de seres existentes. Vuelve con esto a la actitud
pitagórica que daba una gran importancia al límite y a la proporción (p.e. los huesos
estaban compuestos por dos partes de tierra, dos de agua y cuatro de fuego. ¿Cómo lo
averiguó?).

Con esta concepción de la realidad no es preciso suponer el cambio, pues las cuatro realidades que como sustancias existen siempre lo explican en su variabilidad de proporción.

La causa que actúa como fuerza motriz es aquí doble, el Amor y la Lucha, fuerzas
físicas independientes que se atraen o repelen (merece la pena destacar que es la
primera vez en la historia que se concibe una fuerza motriz como causa del movimiento que es ajena al mundo). Por efecto de la Lucha, las partículas se disgregan para unirse con otras semejantes, por el Amor se hace posible la mezcla entre distintos elementos. Por el predominio de una u otra de estas fuerzas se hace posible la evolución de los mundos en un proceso circular.

Desde una perspectiva evolucionista, presenta Empédocles una curiosa visión
actual. En la gran cantidad de posibilidades que ofrecen estas combinaciones en sus distintas proporciones, observamos que cada ser está formado perfectamente, con unos órganos que desempeñan justo la función que precisan para la supervivencia. No obstante, esto no fue así al principio, pues en el proceso evolutivo existieron seres formados por la combinación del reino animal, vegetal y mineral en todas las variedades posibles. Pero el proceso histórico ha ido haciendo una depuración en la que sólo han sobrevivido los mejor dotados porque sus órganos se adaptaron mejor al medio.


DEMÓCRITO

El interés y atractivo de Demócrito reside en parte en lo que de aproximación tiene a las modernas teorías científicas.

Nació en el 460 a. C. y formuló su explicación atomista que se mantuvo vigente
hasta el s. XIX. Para apreciar el auténtico valor de esta teoría es necesario tener en cuenta la total ausencia en la Grecia clásica de experimentación científica, que es lo que ha permitido someter a prueba las hipótesis científicas y conseguir los altos niveles de éxito en la actualidad. En esta época se empleaba la experimentación, pero sin ningún tipo de orientación. Todos los logros conseguidos entonces se deben exclusivamente a una extraordinaria capacidad de razonamiento deductivo.

El pensamiento de los atomistas no dejaba a un lado la lógica de Parménides, debido a la gran influencia que ésta alcanzó, aunque fuese para negarla en parte. Como Empédocles y Anaxágoras, partían de la idea de que no podía haber un llegar-a-ser ni una destrucción de lo real.

El nacimiento y el acabamiento de lo real tenían que ser explicado por combinaciones
fortuitas de una multiplicidad de elementos. En este sentido, aventuraron una conjetura: “…los elementos, o únicas realidades verdadera, eran diminutos cuerpos sólidos, demasiado pequeños para ser percibidos por los sentidos, que chocan entre sí y se rechazan en un movimiento incesante a través del espacio ilimitado. Estos atomoi (en la actualidad parece un tanto irónico que esta palabra signifique “indivisible”) eran las partículas más pequeñas de la materia, sólidas, duras e indestructibles. Susbstancialmente eran iguales, y sólo diferían en tamaño y forma.

Estas propiedades por sí solas, junto con las diferencias de sus posiciones relativas, con sus movimientos y con las distancias que entre sí guardan, bastaban para explicar todas las diferencias que nuestros sentidos nos revelan en los objetos perceptibles.
Las cosas duras lo son porque sus átomos están apretadamente agrupados. Las blandas están formadas de átomos más separados entre sí, contienen más espacio vacío, son capaces de compresión y, por lo tanto, ofrecen menos resistencia al tacto.

Las impresiones de los demás sentidos se explican de una manera análoga. En cuanto al gusto, las cosas dulces están formadas de átomos lisos, mientras que los sabores agrio y amargo son producidos por átomos ganchudos o aguzaos que penetran en el cuerpo causando pequeñas escoriaciones en la lengua. Esa teoría persistía aún en 1675. En esta fecha, un químico francés Lemerv escribía: “La naturaleza oculta de una cosa no puede explicarse mejor que atribuyendo a sus partes formas que correspondan a los efectos que producen. Nadie negará que la acidez de un líquido se debe a partículas puntiagudas. La experiencia lo confirma. No tenéis más que probarlo, y sentiréis en la lengua punzadas como las que produce una materia cualquiera partida en trocitos agudos.”

Los colores se explicaban por las diversas posiciones de los átomos que forman la superficie de los objetos, posiciones que son causa de que devuelvan o reflejen de
distintas maneras la luz que cae sobre ellos, la cual a su vez, es algo corporal formado
por átomos particularmente finos y sutiles que se mueven rápidamente a causa de su
pequeñísimo tamaño y de su redondez. Los átomos más sutiles y más perfectamente
esféricos y, por consiguiente, más movibles y volátiles, forman las almas de los animales y de los hombres. Tan completo y total era el materialismo de Demócrito.

De esta suerte, toda substancia se reduce a substancia material, y toda sensación
a la del tacto. Hasta la de la vista se explicaba de ese modo, por la curiosa, aunque no
muy satisfactoria suposición de que los objetos emiten de sus superficies finísimas películas de átomos que conservan más o menos la forma del objeto mientras se mueven en el aire hasta llegar al ojo. Por consiguiente, aunque la vista es producida por el contacto directo entre átomos y átomos, es posible engañarse acerca de la naturaleza de un objeto visto a distancia, porque la imagen material que pasa de él al ojo puede sufrir deformaciones o deterioros en el trayecto.”ϕ
Tras todo esto, lo que resultaba fundamental para la concepción atomista del
mundo era la existencia de un espacio vacío. Según Aristóteles, esta afirmación es la
nota distintiva del pensamiento de Demócrito pues nos muestra (a diferencia de Parménides, que utilizó la lógica en contra de lo que detectan los sentidos) a un pensador que se atiene a los hechos aparentes y no se deja conducir por argumentos abstractos. La afirmación de Parménides, pese a su prestigio, no podía sustentarse, pues iba contra el sentido común.

La diversidad de los seres naturales estaba cubierta con esta teoría, pues pensando
en un espacio infinito y vacío, con un número infinito de cuerpos microscópicos que
se movían de forma azarosa, la colisión entre ellos estaba garantizada. Las combinaciones de átomos ocasionadas por estos múltiples choques llegarían a producir toda clase de formas.
ϕ W. K. C. Guthrie. Los filósofos griegos. Fondo de Cultura Económica. Madrid 1997.


LOS SOFISTAS Y SÓCRATES

SOFISTAS

En la segunda mitad del s. V a. C. se produce una reacción contra la especulación
física y a favor de la vida humana. Hasta cierto punto es lógico; en filosofía se había
llegado a una situación en la que los griegos se veían en la tesitura de optar en el terreno filosófico por la creencia de un mundo estático al modo de Parménides o una realidad compuesta por átomos que se movían incesantemente en el vacío. Fuese cual fuese la inclinación particular de cada uno, lo cierto es que ninguna de estas opciones era fácilmente asumible por el ciudadano de a pie, pues los sentidos, y el sentido común, no se identifican con ninguna de estas explicaciones de la realidad. La naturaleza del mundo físico adquiere, o posiblemente siempre fue así, una importancia secundaria. El ciudadano de Atenas con lo que tiene que tratar realmente es con un mundo totalmente distinto.

Atenas se había convertido en el piloto de Grecia en todos los sentidos. Era el centro de atracción de las principales personalidades del momento y de cualquiera que se interesase por un futuro más próspero. Desde el año 431 estaba comprometida en las Guerras del Peloponeso, lo que treinta años después le llevó a amarga caída. A esta crisis se le unió la propagación de la peste que diezmó la población y la sumió en la miseria.

El ambiente político era el de una democracia directa que permitía la participación
personal de todos los ciudadanos libres. Éstos eran tan pocos que resultaba muy
improbable que no tuviese que desempeñar alguno de ellos un papel en la dirección del Estado, ya fuese por iniciativa propia o por los sorteos periódicos que se celebraban para designar cargos de responsabilidad.

Estas circunstancias favorecieron la reacción contra los físicos del pasado y la vuelta hacia los problemas reales del hombre y de la polis. La existencia de los sofistas está justificada en este ambiente. Ser sofista era una profesión, los primeros que hacen del magisterio una profesión, pues por ello cobraban.

Según ellos mismos, eran maestros de arete, de virtud. Es preciso aclarar que el concepto de virtud correspondiente a la época no tiene aún connotaciones morales como en la actualidad, sino prácticas, tener virtud es un “saber hacer”. Así, el sofista era aquel que enseñaba a dirigir los asuntos prácticos de la vida del hombre, tanto en lo particular, como en lo social, en la polis.

Visto lo anterior, se comprende que la vinculación del sofista con los asuntos e intereses políticos llegó a ser extraordinaria. Pues lo que principalmente enseñaban,
retórica, era y es una herramienta imprescindible para la manipulación de la voluntad
popular; objetivo éste, deseado por los políticos de cualquier época.

Aunque no llegaron a formar una escuela, tenían algunas cosas en común:
Primero, su enseñanza era de naturaleza esencialmente práctica. Y segundo, la
desconfianza respecto a la posibilidad de un conocimiento absoluto, el ESCEPTICISMO. Lógico hasta cierto punto tras la serie de ofertas infructuosas en el pasado para explicar el mundo y su naturaleza. No se consiguió llegar a un acuerdo respecto a la verdad, pero sí a la coexistencia de varias teorías opuestas y a una total desconfianza respecto a los sentidos. Pero el vacío que dejan los sentidos, al no ser sustituido por otra forma de conocimiento segura, es ocupado por la creencia de que no existe una realidad permanente más allá del mundo físico. Todo es en realidad variable. Y, en consecuencia, cualquier teoría posible.

La filosofía de los sofistas no es más que un reflejo de esta creencia, ella misma es la controversia, puesto que nada es estable, nada definitivo. Esta actitud se aplica a
todo, incluso a los terrenos moral y político. Se pensaba que no podía haber nada absoluto y todo era fruto de la convención humana (normas morales, leyes, constituciones…) teniendo en cuenta sólo el momento histórico y las necesidades concretas del hombre. Por supuesto, la vinculación con divinidades, o cualquier otro supuesto, que diesen estabilidad o justificasen cualquier sistema moral o político quedaba excluida. La actitud es la de un RELATIVISMO que permite y tolera cualquier criterio teórico o compromiso práctico.

Esta permisividad cultural hará posible que este período sea uno de los más fecundos
del espíritu humano. Es la razón humana en total libertad, y poco nuevo a nivel
especulativo se ha aportado posteriormente al genio de los sofistas. Como consecuencia negativa hay que mencionar que desaparece en Grecia el sentido de unidad social para convivir persiguiendo unos objetivos comunes. Cada uno defiende sus propios intereses y la consecuencia es la caída en una profunda crisis moral, política y económica.

Las filosofías de los tres grandes clásicos del pensamiento griego, Sócrates,
Platón y Aristóteles, hay que agruparlas y entenderlas en cuanto que suponen una reacción contra este relativismo y escepticismo. Un esfuerzo por defender una verdad teórica y un estilo de vida óptimo y común para todo hombre. Pero esto no se podía recuperar ya con la vieja tradición teológica que se apoyaba en los mitos. Habrá que buscar otro camino.


SÓCRATES

En este ambiente de relativismo y escepticismo surge la figura de Sócrates. Una
de sus rases más manidas y definitorias es “la virtud es conocimiento”. Mediante ella
podemos llegar a la esencia de su enseñanza comprendida en su entorno histórico.
Recordemos que, en su tiempo, lo que caracterizaba a los sofistas era su pretensión
de que:
-Enseñaban e infundían areté.
-El conocimiento es imposible si éste lo entendemos como algo compartido.

Frente a estas posturas, la afirmación socrática supone un reto contundente: el
conocimiento es posible, y con él, se puede conseguir la virtud.
Si bien es cierto que en un principio la palabra areté no tiene connotaciones morales,
Sócrates le imprime este último carácter que pasará a ser algo definitivo para la
cultura occidental. Su punto inicial era la práctica cotidiana. Se parte del hecho de que
virtud es un “hacer bien” en cualquier oficio, así, es virtuoso el zapatero que hace bien
un zapato, como lo puede ser el carpintero o el albañil en su oficio.

Sócrates advierte que antes de entrar en la faena de cómo hacer hay que tener
muy claro qué hacer, el objetivo concreto a cuya disposición se ponen tanto las habilidades como las herramientas del artesano. Una vez comprendido clara y correctamente el fin que se quiere conseguir se aplican los medios idóneos, pero nunca al revés. De esta forma areté dependerá no tanto de los medios disponibles sino del saber, con claridad que se posee respecto a lo que se quiere hacer.
A continuación se preguntará Sócrates si es posible que exista una areté general
e igual para todos los hombres, esto es, una eficacia que debe poseer el hombre en cuanto hombre. Si esto es así, la primera ocupación a realizar por cada uno sería descubrir cuál es esa tarea o virtud general.

Esto es tanto el objetivo como el logro principal de Sócrates, una posibilidad a
modo de intuición, a la que no supo dar respuesta concreta. Quizá fuese esta ausencia
una de las principales razones que motivó la filosofía de Platón, más dado a la concreción y a la precisión de ideas. Platón no solo reproduce, sino que además, desarrolla las ideas de su maestro.

No hay forma de saber qué opinaba Sócrates al respecto, pues por lo que sabemos,
se limitaba a afirmar que no sabía nada y que en lo único que era más sabio era en
reconocer su ignorancia.

La esencia del método socrático residía en esto, en convencer a sus interlocutores,
que creían saber, que en realidad no conocían aquello de que hablaban. Esta aceptación de la propia ignorancia era para Sócrates el requisito primordial para entrar al menos en disposición de aprender, pues solo el reconocimiento de la ignorancia puede llevar a la necesidad de superarla.

En este sentido se puede entender que Sócrates fuese para muchos un interlocutor
molesto y que dijesen de él que su conversación tenía el efecto de una descarga eléctrica (como la de una raya a la que facialmente se parecía). Se explica así, no sólo su impopularidad y su acusación ante los tribunales, sino que fuese además confundido por sus conciudadanos con un sofista más y que descargasen sobre él el odio que en algunos atenienses habían suscitado, tanto éstos últimos como el mismo Sócrates.

Afirmaba los sofistas que el conocimiento era imposible y Sócrates decía no saber
nada. Pese a su aparente similitud, hay una notable diferencia. Sócrates creía que el
conocimiento era posible, pero tras arrojar de nuestra cabeza las ideas erróneas. Ofrecía un ideal de conocimiento aún no alcanzado y ni siquiera visto como posible hasta él, su ideal de sabiduría consistía en una búsqueda en común.
El socratismo representa una actitud mental en la que se reconoce la ignorancia
de la humanidad y se confía profundamente en que la sabiduría es posible. Por esto su tarea primordial fue suscitar en los hombres la necesidad y búsqueda de la areté desde una perspectiva universal.

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