JOSÉ MANUEL ATENCIA
Aprender a desaprender
El País 06/09/2011
Los avances de la ciencia nos han permitido un logro increíble: poder desestimar millones de ideas en las que un día creímos a pies juntillas. Lo dice Eduardo Punset en su libro El viaje al poder de la mente. En él plantea que no somos conscientes todavía de lo que implica para nuestro futuro poder echar por la borda gran parte de lo conocido hasta hace muy poco. Y menos todavía, asimilar que mucho más útil que aprender empieza a ser desaprender determinadas cosas.
Ha habido que esperar varios siglos para llegar a un convencimiento tan deslumbrante como el que propició Copérnico al descubrir que el universo no giraba en torno a la tierra: el mundo hace ya tiempo que dejó de girar en torno al hombre, que tiene ahora un papel muy secundario en esta sociedad globalizada. Hemos pasado de ciudadanos a consumidores de una economía insaciable, por eso es más importante atender la sed de dinero fresco de los mercados que las graves hambrunas de Somalia. Si la única alegría del mundo es comenzar, que diría Cesare Pavese, a esta sociedad le está haciendo falta un nuevo inicio para poder desaprender parte de lo aprendido.
Este verano de Libia, de la prima de riesgo, de The News of the World, de Strauss-Kahn, de Amy Winehouse, de la SGAE, de las elecciones anticipadas, de anticipar el anticipo, de las reformas de Zapatero, de la Fiesta del Pulpo de Rajoy, de la visita del Papa y del dedo en el ojo de Mourinho, hemos desaprendido algunas cosas que sabíamos de dictadores, de economía y del periodismo británico. También de las ideologías, de las de derecha y de lo poco que va quedando de las de izquierda. Del fútbol, de las élites políticas, de las religiosas y de los mitos musicales. Hemos aprendido que cada día ocurre algo importante, que al día siguiente no tiene casi importancia alguna. Por eso, hasta las urgencias, en época de crisis, tienen ideología. Va un ejemplo: al Gobierno le da tiempo a reformar la Constitución pero carece de él para imponer un impuesto a las grandes fortunas, que son siempre igual de afortunadas. Si la historia se entiende mejor desde la distancia, nadie entenderá leyendo los periódicos de la época qué evitó que el mundo al inicio del siglo XXI no pegara un reventón y saltara por los aires. Y no me refiero a los mercados, sino a las personas.
El presente discurre a toda hostia en el parqué bursátil. Las ideologías chocan cada mañana contra el índice Dow Jones. Los bancos rescatan a los bancos. Luego los Gobiernos rescatan a los bancos rescatadores. Y ahora los Gobiernos rescatadores son rescatados por otros Gobiernos a los que cualquier día habrá que también que rescatar. El verano que hemos vivido peligrosamente concluye sin que hayamos desaprendido lo bastante para no volver a caer en los mismos errores. El mundo vuelve a equivocarse, como lo ha hecho tantas y tantas veces a lo largo de la historia. Esto no tiene más solución que echar por la borda gran parte de lo que hemos conocido hasta ahora. Pero, lamentablemente para millones de personas, necesitamos demasiado tiempo para desaprender lo aprendido.
En un sistema democrático, los representantes de la Iglesia católica y de otras religiones tienen el derecho a proponer sin por ello ser acusados de «intolerancia».
ResponderEliminarIntolerancia sería el intento de los representantes religiosos de «imponer» sus convicciones o el tratar de negarles su derecho a la libre expresión.
«La distinción entre poder espiritual y civil no comporta alejamiento, indiferencia o incomunicabilidad, sino diálogo y confrontación al servicio del auténtico bien de la persona humana».
«Laicidad no es laicismo», una expresión del Papa Juan Pablo II. «El Estado laico asegura el libre ejercicio de las actividades del culto, espirituales, culturales y caritativas de las comunidades de creyentes. En una sociedad pluralista, la laicidad es un lugar de comunicación entre las diversas tradiciones espirituales y la nación».
«Si las comunidades religiosas manifiestan reservas o proponen alternativas respecto a decisiones legislativas o disposiciones administrativas, no debe ser considerado ipso facto como una forma de intolerancia, a menos que dichas comunidades, en vez de proponer, quieran imponer sus propias convicciones y ejercer presiones sobre la conciencia de los demás. Desde el lado opuesto, sería intolerante tratar de impedir que tales comunidades se expresen del modo indicado, o denigrarlas por el simple hecho de no compartir las decisiones que son contrarias a la dignidad humana».
Una de las preocupaciones más agudas de S. S. Benedicto XVI, es:
«el relativismo ético --que no reconoce nada como definitivo-- no puede ser considerado como una condición de la democracia, como si fuera lo único que garantiza la tolerancia, el respeto recíproco entre las personas y la adhesión a las decisiones de la mayoría».
«Una sana democracia promueve la dignidad de cada persona humana y el respeto de sus derechos intangible e inalienables. Sin una base moral objetiva, ni siquiera la democracia puede asegurar una paz estable».
«En el pleno respeto de la libertad de expresión, se han de disponer mecanismos o instrumentos coherentes con el orden jurídico de cada país, que defiendan los mensajes de las comunidades religiosas de la manipulación y eviten la presentación irrespetuosa de sus miembros. Y tampoco faltan en los medios de comunicación actitudes intolerantes y en ocasiones incluso denigratorias respecto a los cristianos y los miembros de las otras religiones». 2005.